Autor: LEP. Javier Cristian Ramírez
Granados
Estudiante
de maestría en Pedagogía. Universidad Continente Americano.
Cuando
se habla de enseñanza, casi de forma inmediata viene a la mente de quien
escucha o piensa en dicha palabra, un cúmulo de nociones o ideas que se
relacionan con la misma, como alumno, maestro, aprendizaje, escuela, educación,
etc., de antemano se sabe con qué se relaciona. No obstante, el acto de
definirla o de analizar sus implicaciones es una tarea más compleja y
trascendente.
Dentro
de la labor docente, es imprescindible entender dicho concepto, y no sólo en su
significado genérico o en su definición técnica, eso no es suficiente, es
imperativo reflexionar en torno a sus consideraciones filosóficas,
epistemológicas e incluso morales.
Desde
una perspectiva meramente lingüística, esta concepción supone la existencia de
dos sujetos, uno que posee el conocimiento (mentor o instructor) y otro que lo
recibe (aprendiz o alumno), por ende, una relación que evidentemente surge
entre ambas partes. En esta dicotomía es
donde suele existir la confusión o pensamiento arbitrario de que el aprendizaje
se logra (o se debe de lograr) sólo por el hecho de que el profesor enseña.
Desde
luego, existe una estrecha relación entre ambos términos (enseñar-aprender), una
conexión ontológica innegable, pues la enseñanza no tendría razón de ser si no
se pretendiera alcanzar el aprendizaje. Sin embargo, el hecho de que un
educador tenga la intención de enseñar, no necesariamente supone que el estudiante
aprenderá. Para que la enseñanza exista o tenga un sentido, debe producirse el
aprendizaje, pero no a la inversa, los alumnos consiguen aprender en cualquier
momento, en diferente forma y de cualquier persona.
¿Qué
fundamento puede tener el trabajo docente, si no siempre se consigue el
objetivo?, ¿qué se necesita pues, para que un profesor mantenga ese vínculo de
enseñanza-aprendizaje con sus educandos?. En palabras del propio Freire “se
percibe en cómo busca involucrarse con la curiosidad del alumno y los
diferentes caminos y senderos que ésta lo hace recorrer” (p.45, 1993)
Se
necesita entonces, esa responsabilidad de adentrarse en el mundo de sus
estudiantes, de atender sus necesidades, de involucrarse en su curiosidad por
descubrir, por indagar, por ejercitarse…, y brindando la dirección adecuada
para enriquecer su mente y su ser.
Para
un docente, el significado de la enseñanza, no se agota en su definición
técnica, ni en la dualidad ontológica ya citada, si bien sus discípulos no
siempre aprenderán la totalidad pretendida, esto no conlleva a tener que
abandonar los ideales educativos, por el contrario, debe encauzar su trabajo
hacia el análisis y la autocrítica del mismo, ya que su tarea no es “vaciar”
saberes en las mentes de sus alumnos, sino despertar y apoyar el deseo de
aprender y mejorar sus capacidades para hacerlo, se trata de guiarlos sobre
cómo adquirir el conocimiento por sí mismos y/o por medio de otras fuentes; en
la medida que desarrollen estas capacidades, se puede decir que se les está enseñando.
La misión
del profesorado es pues, conducir a la identificación y elección de los mejores
procedimientos y materiales para aprender, proporcionar las oportunidades y
motivación para acceder al contenido, así como el control y evaluación del
progreso académico de sus educandos.
Empero
a lo anterior, la situación que se vive en la actualidad, con el surgimiento de
la pandemia ya conocida por todos y sus respectivas consecuencias, obliga a la
comunidad educativa a enfrentar nuevos desafíos y a repensar esas capacidades
que quizá ha faltado desarrollar, pues aun con la existencia de los medios
masivos de comunicación, redes sociales y demás tecnologías, se han presentado
limitaciones, no sólo técnicas u operativas, sino también de comunicación, de
resolución de problemas, afrontamiento y adaptación a las nuevas circunstancias.
Por
otro lado, esta eventualidad, también nos deja entrever ese reconocimiento de
que la enseñanza en una institución educativa no consiste en una simple
“instrucción”, sino en el conducto para hacer crecer a la persona, para
desarrollar competencias y valores, a través de la convivencia misma, de ahí la
trascendencia de su aspecto humano y humanizador, pues aunque existan infinidad
de tecnologías, la enseñanza y el aprendizaje a distancia dista mucho de la
relación “cálida y humana” que envuelve al educador y a su aprendiz en el
interior de una escuela.
Referencias:
Freire
P. (1993). Cartas a quien pretende enseñar. Buenos Aires, Siglo Veintiuno
Editores.
Wittrock
M. (1989). La investigación de la enseñanza. Barcelona, Paidós.